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Espíritu crítico, democracia y porvenir
El fortalecimiento de la democracia como modus de vida constituye un tema de creciente preocupación en las agendas educativas internacionales y nacionales.

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/ 1 abril 2024

 Diario El Observador -  Renato Opertti

La UNESCO se refiere a que en el tiempo actual de declive de las democracias y de la confianza en los gobiernos, la educación debe ser transformada para forjar un nuevo contrato social a la luz de preparar a las nuevas generaciones para que devengan ciudadanos informados y responsables (UNESCO, 2024). Más allá de las características propias que dichos contratos puedan asumir en cada país y contexto de referencia, importa que los mismos se sustenten en convocatorias, compromisos y desarrollos intergeneracionales de reafirmación de los derechos humanos, de la democracia, de la libertad y de la paz como un todo entrelazado y vinculante. 

En tal sentido, la educación tiene que cumplir un rol fundamental de apuntalamiento de las democracias estimulando y sosteniendo la formación de seres libres y pensantes con capacidad de liderar y hacerse cargo de estilos de vida autónomos, solidarios, saludables, interpelantes y sostenibles. Se trata de cementar las bases de un ejercicio consciente y proactivo de ciudadanía en que se asumen las interdependencias entre lo global y local, y, asimismo, se reconocen las diferencias y la diversidad a través de la convergencia y la aceptación de valores universales garantes de las identidades y de los particularismos, y que resulta posible generar empatías y confianzas entre las mismas. Se trata de un universalismo que es, a la vez, de ser un denominador común, es inclusivo de credos y afiliaciones, y diverso en su conformación y expresión. 

Las transformaciones educativas ponen crecientemente el acento en el núcleo entendido como clave en forjar el desarrollo de las competencias y de los conocimientos que incentive a los alumnos a pensar, a ir más allá de los inmediatismos y de las coyunturas y a desarrollar su capacidad crítica y creativa. Tal como argumentó la política francesa y superviviente de Auschwitz, Simone Weil, sin la posibilidad de pensar sin ataduras ni restricciones, las personas no son libres. 

En una similar línea de análisis a lo expresado, la prestigiosa revista interdisciplinar francesa, Sciences Humaines, nos ayuda a reflexionar, bajo el provocador título “El espíritu crítico es un deporte de combate” (edición de octubre del 2023), sobre lo que supone un ejercicio de ciudadanía que trata de fortalecer, a la vez, las capacidades de discernimiento y de vigilancia frente a la proliferación y seducción de lo falso, y de exploración de futuros apropiados que tengan sentido para las personas. No solo el espíritu crítico tiene que ver con posturas legítimamente preventivas y defensivas frente a las mentiras y las falsedades, sino también con tener la confianza y la capacidad de forjar o como decía el pensador universal, Albert Camus, de explorar el porvenir. 

En concreto, la revista Sciences Humaines aborda el análisis del espíritu crítico desde varias puntas complementarias que nos permiten hurgar en su comprensión como concepto y principio orientador, así como estrategia de formación. Nos referimos a: (i) a una noción multidimensional del espíritu crítico; (ii) las desviaciones o alteraciones posibles del espíritu crítico; (iii) la fragilidad y credulidad del homo sapiens a la luz de los sesgos cognitivos y (iv) la transversalidad de la filosofía de la infancia entendida como una escuela de libertad.

En primer lugar, la noción de espíritu crítico ha estado históricamente asociado a promover la autonomía de pensamiento, la libertad de conciencia y la capacidad de cuestionar y contrarrestar las mentiras y las falsas evidencias tal como asevera el escritor, filósofo, e investigador asociado al laboratorio Ihrim de l´ENS de Lyon (Francia), Maxime Rovere. Esta noción marcadamente intelectual del espíritu crítico se encuentra hoy en discusión ya que se trata también de tomar conciencia, compartir emociones y de empatizar con otros en torno a situaciones y experiencia de vida - por ejemplo, el cambio climático, el racismo y las desigualdades – que requieren ser encaradas e interpeladas para aspirar a mejorar el devenir del mundo como argumenta Rovere (2023). A vía de ejemplo, el sociólogo y filósofo alemán, Hartmut Rosa, evidencia como nuestra relación con los usos que hacemos del tiempo no solo afecta nuestras facultades críticas (2010) sino que también su revisión puede abrirnos a otras vivencias que no esperábamos (2019). 

No se trata pues de circunscribir el espíritu crítico a una sola dimensión intelectual que por cierto es insoslayable en fortalecer la ciudadanía democrática, sino también de hurgar e interpelar a las emociones para profundizar en renovadas formas de entender y de actuar ante realidades cuestionables, injustas e insostenibles. En tal sentido, la educación tendría que estimular oportunidades, espacios y experiencias de aprendizaje donde se interconecten el pensamiento y las emociones bajo el reconocimiento de la naturaleza emotiva de las cogniciones y la naturaleza cognitiva de las emociones (Pons et al., 2010). Precisamente, uno de los referentes mundiales en neurociencias, Antonio Damasio (2023), argumenta que el universo de los afectos, esto es, la experiencia de los sentimientos que fluyen de las pulsiones, las motivaciones, los ajustes homeostáticos y las emociones, es una fuente y un instrumento del desarrollo de la inteligencia, la creatividad y la autonomía. 

En segundo lugar, la periodista de Sciences Humaines, Pauline Petit, llama la atención sobre cuatro grandes posturas críticas que, aunque sustentadas en la duda, pueden llevar a cierta alteración o distorsión del espíritu crítico.

Primeramente, Petit se refiere al escepticismo como método dubitativo que llevaría a que nos abstengamos de opinar y de tomar posición sobre cualquier tema en particular bajo el supuesto que ninguna persona es portadora de la verdad. La capacidad de ejercer el espíritu crítico se vería afectada ya que partiríamos de la imposibilidad que, a través de sopesar y contrastar argumentos y evidencias, podríamos abrigar opiniones fundadas y de aproximación a la verdad o a las verdades. 

Asimismo, Petit menciona el relativismo que implica aceptar que cada uno tiene su propia verdad que resulta de convencionalismos culturales y sociales. Las verdades estarían encapsuladas en las culturas, grupos y comunidades sin que se compartan valores y referencias universales más allá de los particularismos. La posibilidad de desarrollar el espíritu crítico se vería trabada por presuponer que, en definitiva, todo puede ser “justificado” por las propias identidades y valoraciones de diversas culturas y grupos. Como asevera Petit, se cae en un relativismo moral que resulta una afrenta para los universalistas. 

También Petit alude al nihilismo que bien se refleja en la visión del filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, que “vivir (actuar, sufrir, querer, sentir) no tiene sentido o que, en definitiva, “todo es en vano” (referencia a Obras filosóficas completas, 1982). El espíritu crítico no tendría mayor sentido si su eventual ejercicio no supondría mejorar las capacidades de entendimiento, de discernimiento y de incidencia en las vidas individuales y colectivas.

Por último, Petit se refiere al complotismo como una suerte de relativismo radical en que se duda y se sospecha, sin límites, y bajo la presunción que todo es manipulado por los intereses de pequeños grupos.

Se bloquea toda posibilidad de ejercer el espíritu crítico al presuponer que toda opinión disidente con la presunción de complot es desacreditada. A vía de ejemplo, Petit alude a una situación que “si usted no me cree, es porque pertenece, conscientemente o no, a la conspiración” (Petit, 2023).

Las posturas críticas sumariamente mencionadas – escepticismo, relativismo, nihilismo y complotismo – pueden transformarse en inhibidores del desarrollo del espíritu crítico en las nuevas generaciones en la medida en que toda valoración, con independencia inclusive de su grado de elaboración, quede subsumido en que todo vale, es justificable, no tiene sentido y es producto de intereses espurios. El espíritu crítico, como eje de la formación democrática intergeneracional, requiere que haya referencias, criterios y valores compartidos en el seno de la sociedad en su conjunto que nos permitan ejercer autónomamente el pensamiento y expresar las emociones, y nos aproximen a verdades cuya relatividad, disputa y evolución no se contrapone a su existencia y valoración. Sin basamentos comunes que garanticen el ejercicio del espíritu crítico, se corre el riesgo que el criticismo crispe a la sociedad en bandos encerrados en sus dogmas. 

En tercer lugar, el periodista de Sciences Humaines, Fabien Trécourt, se refiere a los efectos negativos de los sesgos cognitivos, esto es, el automatismo del pensamiento y la inmediatez de las reacciones nos pueden llevar a adherir a ideas falsas (Trécourt, 2023). Asimismo, tal como señala el profesor en psicología cognitiva de la Universidad de Aix-Marseille (Francia), Thierry Ripoll, uno de los mayores aportes de la psicología es haber revelado la prevalencia del sistema intuitivo sobre el analítico y sus consecuencias sobre las decisiones que tomamos. Ripoll aporta evidencia en cuanto a que la racionalidad humana es extremadamente limitada, inclusive la capacidad de razonar es reducida, y en muchos casos, preferimos ser guiados por la intuición que por el razonamiento (Ripoll, 2020). 

Los sesgos cognitivos, entendidos como el enemigo interior (Trécourt), que nos lleva, por ejemplo, a admitir como verdadera la información que se nos da, a privilegiar la información alineada a nuestras opiniones – conocido como sesgo de confirmación -, a quedarnos en la zona de confort de nuestras creencias y la tendencia a ver relaciones de causa y efecto por todos lados entre nuestras acciones y los acontecimientos o situaciones, son indicativos de nuestra credulidad y fragilidad. 

Dichos sesgos pueden acentuarse cuando estamos crecientemente expuestos a ser manipulados en nuestras creencias y opiniones por discursos y prácticas racistas, xenófobas y de odio, entre otras. Por otra parte, la tendencia creciente a cancelar, prohibir, negar y relativizar ideas, realidades, verdades, personas y grupos, alimentan los sesgos, y contribuyen a fisurar las bases democráticas, de convivencia, entendimiento y confianza en la sociedad.

Asimismo, vivimos apremiados por encontrar respuestas inmediatas, muchas veces en modo piloto automático, donde no podemos darnos el lujo de profundizar en los temas. No hay tiempo para detenerse. Como señala el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2023), «no tenemos paciencia para una espera en la que algo pueda madurar lentamente», y que pueda implicar desarrollar el espíritu crítico a través del reconocimiento de las interrelaciones entre pensamientos, intuiciones y emociones. 

No obstante, la fuerte incidencia de los sesgos cognitivos y sus implicancias en regular nuestras valoraciones y comportamientos, el cientista cognitivo del Instituto Jean Nicod en París, Hugo Mercier, asevera que estamos dotados de una serie de mecanismos cognitivos que nos permite evaluar lo que escuchamos o leemos. Mercier resalta que somos refractarios a ideas nuevas, que no somos tan fáciles de convencer y que desarrollamos mecanismos de vigilancia frente a mensajes falsos y peligrosos. Una de las maneras de contrarrestar dichos mensajes yace, según Mercier, en que la ciencia, los medios de prensa y otras instituciones puedan compartir mensajes sólidos y certeros, que nos permita hurgar en la complejidad de los problemas y en la diversidad de puntos de vista, y que sean creíbles en el seno de la sociedad. Mercier sugiere que en vez de comenzar por preguntarnos porque debiéramos siempre poner en cuestión tal pregunta o información, podríamos primeramente indagar en las razones para creer.

Una de las claves fundamentales de respuesta parece residir en fortalecer la formación ya que según señala Ripoll (2020), la intensidad de las creencias disminuye sistemáticamente con el nivel de estudios. El abordaje de los sesgos cognitivos y sus implicancias tendría que ser un tema transversal de formación desde las edades muy tempranas como estrategia no solo preventiva y de inmunización frente a posicionamientos y situaciones que afrentan el espíritu crítico, sino también como garantes de la formación de seres libres y pensantes. Tal cual arguye Ripoll, se tiene que incentivar a los alumnos a desconfiar de sus intuiciones y conclusiones apresuradas. 

Sin contraponerla a la intuición, la racionalidad forma parte sustancial del espíritu crítico. Tal cual asevera el filósofo y psicólogo francés, Pascal Engel, la racionalidad es una competencia a la vez lógica deductiva – realizar inferencias válidas –, inductiva – extraer conclusiones a partir de datos empíricos - y social – sensibilidad a las pruebas empíricas y a los hechos constatados –. Más aun, Pascal argumenta que pensamos mejor y más racionalmente cuando estamos en grupo y cuando los otros controlan el valor de nuestros razonamientos. Pero no podemos suponer que la racionalidad agota o da cuenta de la razón en su globalidad ya que ésta última supone la capacidad de plantear problemas, de reflexionar y de búsqueda de puntos de vistas ideales que van más allá de los hechos. 

En cuarto lugar, el profesor universitario en filosofía de la educación, Edwige Chirouter, argumenta que, desde edades muy tempranas, los infantes experimentan la filosofía a través de la sorpresa ante el mundo. Nos recuerda lo que aseveraba el pensador universal Michel de Montaigne en 1580 quien argumentaba que resulta un gran agravio pintar la filosofía como inaccesible y de rostro puntilloso, fruncido y terrible cuando no hay nada más alegre para un pequeño que la filosofía.

La filosofía es un vector fundamental de estimulación del espíritu crítico que tienen que permear la diversidad de experiencias de aprendizaje a lo largo y ancho de toda la formación del alumno. Chirouter plantea dos desafíos en orden a fortalecer la enseñanza de la filosofía: por un lado, de orden ético de reconocimiento que cada alumno es un sujeto digno de escuchar, de hablar y de pensar; y de orden político emancipatorio sustentado en los principios de discusión democrática como modus de vida, así como del desarrollo del pensamiento crítico y complejo.

Chirouter se refiere a los talleres para pensar que son entendidos como espacios de formación ciudadana democrática donde niñas y niños formulan preguntas, reflexionan y discuten sobre diversidad de ideas. Se recurre a los relatos – por ejemplo, la literatura y el cine – como mediaciones culturales que les ayudan a reflexionar y comprender mejor lo real. Desde edades muy tempranas se busca que los alumnos puedan desarrollar estrategias preventivas y defensivas frente al dogmatismo, del signo que sea, y al relativismo exacerbado. Los talleres de filosofía para infantes son, pues, visualizados, por Chirouter, como oasis de pensamiento y de desaceleración para tomarse el tiempo de entrar en resonancia con uno mismo, con los otros, el mundo y las obras. Esencialmente, los mismos tienen que ver con cementar la democracia como un modus de vida que promueve empatía, entendimiento y construcción colectiva (Chirouter, 2023). 

En resumidas cuentas, la profundización en la noción, contenidos e implicancias del espíritu crítico es clave para cementar la formación y el ejercicio ciudadano democrático de las nuevas generaciones como seres libres y pensantes, que son estimulados y empoderados, desde edades muy tempranas, a hurgar en la complejidad de los temas, a dialogar y construir con otros, y a forjar porvenires mejores.

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